Emma nunca hubiera imaginado que sería tan fácil. Todos eran
diferentes entre sí, pero contaban con ese diseño único que les permitía
arrojarse al precipicio cuando un botón específico en su interior era
presionado. No había discriminación entre razas, géneros o edades; al final
eran igualmente reducidos a un nuevo cuervo en el cielo.
-¿Por qué aves? -le preguntó a Lilliand mientras volvía a
casa del metro.
Las conversaciones entre ellos se habían vuelto una
costumbre. En algo tenía que ocupar el tiempo mientras esperaban el momento
adecuado para obrar sobre los objetivos.
-Creo que es la manera en que la gente decide despedirse
-respondió el hombre-. Los cuervos eran animales ritualistas de una
inteligencia inusual. Cada vez que uno de los suyos moría le ofrecían una
especie de velatorio en respetuoso silencio antes de alzar el vuelo. Asumo que
esa es la razón por la que se reúnen así ahora-Vio la extrañeza en la cara de
Emma y cerró los ojos, como si se hubiera dado cuenta de su error, antes de
aclarar-: Los velatorios era como se llamaban a la reunión antes del funeral.
Supongo que no debería sorprenderme de que la palabra hubiera caído en desuso
si hoy en día la gente pasa directo a entregar las cenizas.
Se quedaron en silencio unos minutos. Emma miraba a través
de la ventana los tubos de luces unidos al túnel. Comentarios así le ponían
incómodo por el simple hecho de que le recordaban una vez más que no sabía ni
siquiera qué tan viejo era ese sujeto. Por su cara parecía que recién estaba
rozando los cuarenta, pero su elección de palabra y cierto modo de comportarse
le hacía chirriar su sentido, como si los dos fueran asuntos aparte. De todos
modos no era su problema y no iba a indagar.
Le sería difícil reconocerlo, pero en realidad le daba miedo
la respuesta.
-¿Qué opinas de ellos? -escuchó que de pronto le preguntaba
Lilliand.
Emma elevó los ojos al techo, como si tuviera los lentes
especiales de rayos X que los niños de siete años solían comprar en su máxima
potencia.
-Si querés que te diga la verdad -dijo, reclinándose-, creo
que me gustan.
Cuando era chiquito todos animales callejeros (que en las
películas acerca del pasado aparecían inundando cada rincón y esparciendo
enfermedades) habían muerto ya. No recordaba un tiempo en que el cielo no
contuviera algo más que nubes contaminadas o un anuncio publicitario (ni
siquiera los aviones), de modo que ver ese movimiento de alas repentino
resultaba un cambio agradable. Le agregaba vida al ambiente, incluso si se
tratara de gente... bueno, eso.
-Ya veo.
"Si vos lo decís", pensó el joven. Un melodioso
silbido les hizo saber que estaban llegando a la estación. Lilliand se levantó
para sostenerse de la agarradera. Emma lo observó de reojo, sin tener idea de
qué buscarle, y en cuanto la pierna enfundada en otro traje oscuro pretendió
desplazarse, le envió una certera patada a la pantorrilla opuesta.
-Hey -protestó el hombre, con evidente sorpresa. No
"che", sino hey, lo que le sonó extraño al oído-. ¿Era necesario?
Emma había visto el ceño contraerse de dolor. Le había
dolido el golpe. Los robots no sentían dolor, por eso era tan preferibles en la
composición de las fuerzas de la ley.
Por un momento casi se avergonzó, pero luego se dijo que lo más probable
fuera mejor prevenir que lamentar. Al menos ahora sabía con qué no estaba
tratando.
-Sí -dijo, adelantándose a la salida, calmadamente-. Vamos.
Al cabo de unos segundos Lilliand le siguió por atrás. Emma
medio se esperó un golpe de revancha que jamás llegó. Se sonrió para sus
adentros. "Demasiado arcaico", clasificó, aunque la palabra debería
haber sido "maduro." Lilliand era demasiado maduro para caer en ese
juego.
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Cuando por fin perdió de vista al rubio en la entrada de su
edificio, Emma no se esperaba en lo absoluto encontrar, nada más abrir la
puerta, con la esposa del portero. La señora era como su papá, vieja sin
disimularlo, delgada hasta el punto en que sus codos parecían listos para
disparar cuchillas letales y una cara de cansancio tal que decía a las claras
lo mucho que le habría gustado acabar con todas sus incontables obligaciones de
una vez. Emma sabía que esa era su expresión normal, por lo que no se tomó muy
apecho el reproche sobre que ella no estaba para hacerle de buzón a nadie a
esas horas de la noche.
-Perdone -dijo, bajando la cabeza.
-Para la próxima decile a tus amigos que te lo den a vos. Yo
no los pienso recibir. ¡Mirá si yo voy a andar esperando hasta que al señor se
le ocurra volver, con lo mucho que les gusta a los jóvenes andarse quién sabe
dónde!
-Lo lamento, señora -dijo en el mismo tono humilde.
Le ayudaba la experiencia para conocer el mejor modo de manejarse
con ella una vez su voz alcanzaba cierto volumen. Y así, tal como esperaba, la
señora pareció calmarse con un gesto de desestimación antes de meterse en su
departamento y salir para alargarle una caja metálica.
-Que sea la última vez, pibe -advirtió de forma cansina,
ignorando o sin importarle la expresión estupefacta del otro.
A pesar de la sorpresa, Emma tomó el paquete.
-Gracias -Era ligero y completamente negro-. Disculpe las
molestias. Que descanse.
La vieja desapareció en su vivienda sin otra palabra. Emma
esperó unos segundos y le sacó el dedo medio a la puerta cerrada antes de subir
por las escaleras. De vuelta al asunto que le correspondía, ¿quién podría
enviarle algo? Papá le habría avisado antes de tiempo. Vio que a un costado
tenía un recuadro de identificación. Una vez adentro de su departamento,
presionó el pulgar el tiempo que le indicaban por encima. Por un punto de luz
roja salió un holograma con su foto, señalándolo como el receptor. Luego,
cuando la información acabó de cargarse, surgió la foto de Abel con el cabello
azul echado hacia atrás y sin tatuaje de mariposa a la vista. Ese había sido el
emisor.
Emma se sentó en el sofá frente al televisor, apagándolo a
este para poder escuchar el mensaje en video incluido. La cara de Abel surgió
encima de la reportera de un programa de chismerío, en el cual se discutía el
enorme peso que la tecnología tenía en sus vidas. "Es la
evolución..." alcanzó a decir un hombre gordo y cabellera frondosa antes
de que lo reemplazara la grabación.
-¡Hola, Emma! -dijo Abel. Estaba sentado en frente de un
escritorio en un sitio que debía ser su habitación y estaba libre de adornos,
por lo que el mechón azul casi le cubría el ojo tatuado en negro-. ¿Te acordás
de mi amigo Proxy, el que te dije nos consiguió los ID? Bueno, el otro día,
ayer más bien, le pedí a él si no les sobraba un par de LOST para que pudiera
darte y así nos vemos en el Estado Beta.
Él no podía creerse que nunca antes te hubieras metido, pero, en fin,
hizo lo que pudo. Lo único malo es que sólo pudieron ser modelos viejos, del
año pasado, por lo que no están tan actualizados como los de ahora. Cuando
estés ahí, búscame y te muestro el sitio, ¿te parece? Nos vemos.
Otra sonrisa y la discusión acerca de cuán imprescindible
era ahora mantenerse conectado volvió a su volumen original.
-Apagado -ordenó, viendo que la caja se abría sola.
Adentro encontró un pequeño proyector alargado con bandas
verdes. Lo puso en la mesita frente a la pantalla y accionó el botón rojo. A lo
largo del aparato surgió una luz verde y, arriba, el manual de instrucciones de
los Lentes de Ondas Superficiales Theta (o LOST 8.2), el método más confiable y
seguro para acceder al Estado Beta desde el 2250.
Emma no había estado tan desconectado del mundo para no
saber lo que era ese sitio. Por lo que había oído decir a sus compañeros de
clase durante todo el secundario se trataba, básicamente, de una forma más
personal de conocer la Internet. Una realidad virtual mejorada respecto a los
anteriores prospectos con los cuales sólo se podía jugar antes. La noche del
concierto, cuando Abel le preguntó cuál era el nombre de su cuenta en LikeLife,
la mayor red social dentro del Estado Beta, no tuvo idea de qué decirle. No
había sido porque creyera que iba a empeorarle la jaqueca que no tenía una,
sino porque nunca se encontró con valor de pedírselo a papá, quien de todos modos
le habría inquirido para qué quería eso teniendo ya una laptop y Anon
disponibles.
Los precios de los nuevos modelos seguían haciéndole difícil
ponerse al tanto con su propio crédito, por lo que cuando Abel mencionó que
conocía a alguien y se encargaría de solucionar "el problema" Emma no
le dio mayor importancia. Ni siquiera recordaba bien de qué Proxy le había
hablado, pero debía ser uno de muchos recursos para haber permitido que el
dispositivo acabara en sus manos. Si es que encima un modelo obsoleto
funcionara iba a ser demasiado para su credibilidad.
El aparato, tal como las imágenes publicitarias, recordaba a
los lentes Anon que uno utilizaba como extensión del aparato principal, sólo
que completamente negros y más grandes. Tenían una banda de plástico suave y
ajustable para rodear toda la cabeza. A un lado se veía el nivel de energía
lleno, por lo que estaba recién cargado y listo para usarse. Leyó por encima
las instrucciones básicas y lo bajó sobre sus ojos.
Nada. Absoluta oscuridad.
Encontró el botón de encendido cerca del sitio donde
empezaba la banda. Vio que a un lado de su visión se estaba elevando una barra
hecha de cuadros verdes, elevándose cada vez más a medida que el aparato se
preparaba para su funcionamiento. En el manual estaba explicitado que justo
antes de entrar el usuario iba a sentir un pinchazo eléctrico en las sienes y
la sensación de que se estaba cayendo de espaldas, razón por la cual era tan
importante entrar acostado en un sitio seguro o sentado en un cómodo asiento
donde el cuerpo no se viera comprometido en un súbito abandono consciente. A
Emma, a pesar de haberlo visto, le tomó por sorpresa ambos aspectos pero por
fortuna estaba en el sofá, listo para servirle de improvisada cama. Su cabeza
quedó cerca del apoyabrazos mientras su brazo izquierdo se extendía en
dirección a la caja que acababa de dejar caer.
A cualquier testigo le parecería que acababa de rendirse a
un merecido sueño, tan constante y relajada era su respiración. Sin embargo,
él, la parte consciente de su cerebro, se sentía del todo alerta dentro de una
habitación negra con gráficos en 3D de vivos colores y fuente de diario oficial
inglés preguntándole qué prefería: escoger un avatar para andar por los
diferentes espacios o ir con su imagen registrada. No estaba parado sobre nada
que clasificaría como un suelo, los pies colgándole al final de su cuerpo sin
la aparente necesidad de un soporte. Podía girar de lado a lado moviendo las
caderas, con las opciones siguiéndole en cualquier dirección, pero era incapaz
de girar hacia adelante o atrás. Era como si el arriba o abajo hubieran dejado
de existir.
Se preguntó si algo así sería nadar en el mar.
Cuando se cansó de juguetear en el espacio, tocó con su mano
la opción de permanecer tal como era. A derecha e izquierda suya aparecieron
otra vez la columna de cubos verdes, llenándose cada segundo hasta llegar un
punto muy superior a su cabeza. Por más que movió piernas y brazos, Emma no
pudo ver ese límite. Finalmente se detuvieron y comenzaron a titilar, obligándole
a cerrar los ojos. Para cuando volvió a abrirlos estaba en lo que parecía el
lobby de un hotel muy lujoso. Él era la única persona presente cuando un cartel
se materializó en el centro.
"Estás en la sala de chat general. ¿Deseas entrar a la
conversación o no?"
No quería, así que rozó el no que colgaba abajo. Las letras
se desintegraron para dar paso a un nuevo mensaje.
"¡Bienvenido al Estado Beta! Registramos que eres nuevo
en el sitio. ¿Hay algo o alguien en especial que estés buscando?"
La imagen de Abel sonriéndole desde su mensaje grabado pasó
por sus ojos. Dio el sí y se acercó a teclear en el espacio blanco a su
disposición el nombre de su compañero, sin olvidarse de aclarar en una casilla
diferente que se trataba de un quién perdido y no un qué. Unos segundos más
tarde el programa le presentaba una larga lista llena de Abel Catalejo (con sus
diferentes variantes), pero le fue sorprendentemente sencillo encontrar aquella
del cabello azul en medio, incluso sin la mariposa. Por último, llegaba el momento
de escoger el nick que llevaría adentro del Estado Beta. Debía tomar en cuenta
de que una vez elegido el seudónimo sólo podría cambiarlo otras dos veces, por
lo que debía procurar hacerlo bien. El sistema le sugirió algunos con su nombre
completo y su fecha de nacimiento al final, para destacarse entre todos los
Emma, Emmanuel o Manuel Mártiz ya elegidos. Fue por la opción del fondo con
cierta desgana y por fin le informaron que pronto le ubicarían junto a su
búsqueda.
No tenía idea de qué esperar a continuación, pero de todos
le sorprendió ver sus pies desplazarse rápidamente por el suelo sin tocarlo.
Cerró los ojos, pero ningún viento se daba contra su cara y los objetos, que en
la vida real significarían obstáculos invencibles, ahí los atravesaba como si
no existiera. Le era imposible distinguir nada. Vio un ambiente rosa, otro
amarillo, uno que parpadeaba y finalmente se detuvo en la parte superior de un
edificio hecho, al parecer, totalmente de plata. Alguien se aproximaba en su
dirección.
-¡Llegaste!
Emma tardó unos segundos en entender que se trataba del
avatar elegido por Abel. Una especie de criatura etérea pintada de blanco puro
llena de líneas negras tatuadas desde el principio del miembro hasta la punta
de los dedos, tanto en el caso de sus piernas como brazos. En la cintura,
sostenida por la magia de la tecnología, colgaba un aro de luz rosada que jamás
llegaba a rozarle la piel, cubierta por una malla plateada con reflejos
multicolores en cada movimiento. Los ojos eran grandes, las pupilas como de un
gato y los rasgos en general más alargados que como los tenía en la realidad.
El mojicano en su cabeza continuaba ahí, ahora más frondoso, largo y
conteniendo un muy completo arcoíris imposible de delimitar a simple vista.
Parecía una de esas criaturas fantásticas que la gente del
pasado veía cuando alteraban demasiado su consciencia. No podía dejar de verlo,
ni siquiera cuando este le tomó de la mano y dijo algo que él ni siquiera
lograría pillar hasta más tarde.
-Vení. Te quiero presentar a los otros.
Ya era demasiado tarde cuando cayó en cuenta. Esa era una
zona de deslizadores con obstáculos que incluían a la ciudad entera. Desde lo
alto de los edificios iniciaban rampas por las cuales los interesados se
dejaban deslizar para acabar haciendo maniobras imposibles en el aire. En un
rincón, sentados en el suelo o apoyado contra el borde, los avatares de los
amigos de Abel les miraron.
Todos tenían detalles en negro. Sin embargo, ahí se acababan
las semejanzas. Uno de ellos incluso tenía una cabeza que recordaba a los de un
toro de pelaje morado, mientras otro llevaba orejas de conejo entre pinchos de
cabello rojo furioso. Este último se levantó para chocar su mano. Al tocarse,
Emma logró ver el seudónimo escrito con letras parecidas a truenos sobre su
cabeza.
MasterProxy0.2 dijo:
-¿No has tenido problema con la cosa entonces?
-No, ninguno -respondió Emma. Recordaba su asombro porque
hubiera podido dar con un modelo viejo y una parte de sí se sentía intimidada.
Quería saber cómo podía haberlo conseguido y en su lugar salió-: Este lugar es
increíble.
-No me puedo creer que realmente nunca hayas venido aquí
-dijo Proxy, cruzándose los brazos. Tenía puesta una chaqueta negra cuyo final
curvado siempre se agitaba como si la estuviera acariciando el viento aunque no
lo hubiera-. ¿Qué pasó? ¿Te tenían atado a un poste o algo así? -Emma se
encogió de hombros, incómodo-. Bah, no importa. Pero si podés conseguite uno de
los nuevo y así vas a tener una mejor definición de imagen, transmisiones sensitivas
más potentes y otras cosas. Te va a hacer más fácil así.
No veía cómo era posible tal cosa. Esa realidad virtual tal
como la percibía en ese momento se sentía igual a un sueño en el cual no
recordara haberse dormido.
-Emma tiene una guitarra -intervino Abel. Al verlo Emma se
sorprendió de encontrarlo flotando cabeza abajo y las piernas cruzadas, las
manos puestas sobre sus pantorrillas como si estuviera sentado en una silla
cualquiera-. Está aprendiendo a tocarla.
Eso pareció captar la atención general.
-¿De verdad decís?
-preguntó WolfgangVtoven, según el nick que centelló en chispas rojas sobre su
cabeza al ponerse de pie-. ¿O un hack virtual?
-De verdad -aclaró Abel.
-¿Y eso de cómo? -inquirió ahora con una voz en la que se
mezclaba envidia y admiración juntos.
Emma tuvo vagamente la impresión de que creía que lo había
robado y, además, la idea no le causaba el menor rechazo sino todo lo
contrario.
-Era de mi abuelo. Me la llevé de la casa de mi viejo porque
él no sabía qué hacer con ella.
-¿Cómo suenan las cuerdas para vos? ¿Hacen un rechinido
cuando las tocas?
Emma rememoró las veces en que rasgueó en el instrumento,
dando sus primeros pasos cautelosos en la ciencia de la afinación, sólo
teniendo claro que no conseguía dar el sonido preciso.
-No me parece. A mí me suenan bien.
-Mirá vos -dijo Wolfgang, impresionado.
-Deben ser cuerdas de tripas -acotó el que tenía avatar con
cabeza de toro. Las letras erráticas de su seudónimo deletrearon Iupiter-.
Antes se hacían con animales justamente por eso, porque duraban más que las
sintéticas. Se la había dejado a la costumbre de lado pero cuando el gobierno
empezó a joder con que el arte debía ser regulado, se regresó a ellas para uso
casero. Vacas, caballos, yeguas. Hasta gatos y perros si los apuraban. Mientras
se pudiera destripar, servía.
Emma lo miró incrédulo. ¿Había estado tocando tripas todo
ese tiempo? Recordó los hologramas educativos para la clase de biología. El
sistema digestivo. ¿Cómo esas cosas rosadas y gruesas podían alargarse en
líneas incoloras? No podía imaginar algo así.
-Buenísimo, hombre -dijo Wolfgang sacándose el deslizador de
la espalda. Una calavera en llamas negras y rojas se veía en la superficie
mientras la colocaba en el borde, listo a dejarse a caer-. Cuídala bien a esa
cosa. Fijo que cualquier día de estos te la confiscan.
Era lo mismo que le había dicho la anciana en el ómnibus.
Emma no pensaba hacer oídos sordos. Incluso si nunca aprendía a tocar una
melodía agradable al oído, no iba a entregar el instrumento tontamente a manos
desconocidas para jamás ser tocada por nadie en lo absoluto. Esa idea se le
hacía insoportable.
En tanto su horario le permitía estarse conectado, Abel lo
puso al tanto de las ventajas básicas del Estado Beta: podía crear la zona que
quisiera con sólo seleccionarlo en el lobby de recepción, al cual podía volver
sólo escribiéndolo en el aire el comande "regresar". Podía escogerse
las habilidades (como el flotar suyo) que quisiera. Podía entrar en juegos de
combate online o desafíos mentales solitarios. Podía ir a cualquier tienda que
quisiera, donde su crédito, al convertirse en BetCoins, de hecho valía más que
en el mundo real. Excepto si eras un hacker experto, claro está, porque
entonces podía conseguirlo gratuitamente.
-Y esto -le dijo el albino virtual alargando la mano. Le
pellizcó una mejilla y, aunque veía que lo hacía con fuerza, Emma lo sintió
como un ligero tirón, casi agradable-. Sólo en los modelos más nuevos podés
sentir dolor si quieres. No sé por qué. Está bueno para las parejas a
distancia.
Una hora más tarde, habiéndose despedido de un bostezante
Abel, Emma se dio cuenta de que habían sido de los últimos del grupo que
quedaban. El sistema le recomendó en un recuadro a su derecha si le gustaría
ser agregado a las listas de contactos de las personas que lo habían buscado
con anterioridad. Tenía todo un universo de posibilidades para compartir con
ellos. Escogió que se lo recordara más tarde.
Todavía había usuarios saltando y haciendo maniobras, pero
esos ya no tenían relación con él. Se quedó mirándolos fanfarronear entre ellos
hasta que sencillamente se aburrió de lo mismo y pensó en desconectarse de una
vez. Estaba en la mitad de escribir el comando "regresar" cuando un
ululato (un sonido totalmente nuevo para él) sonó a sus espaldas.
Al volverse encontró una especie de ave gris con ojos de
villano animado que le alargaba un correo electrónico. Emma, incluso antes de
presionar la X para abrirlo, se hacía una idea de quién podía habérselo enviado
por ese medio en particular.
"¡Hola, Emma!
Lilium ha solicitado el placer de tu presencia. ¿Asistirás a
él a su zona El castillo de Lord Byron?"
Abajo las clásicas casillas del sí y el no. De no haber sido
por la fotografía que apareció al presionar sobre el seudónimo (confirmándole
que estaba en lo correcto), Emma habría negado sin más. Todavía consideró
rechazar la invitación después de haber visto el rostro tras el avatar, sin
embargó, acabó encogiéndose de hombros. ¿Por qué no, realmente? En cuanto su
mano recayó sobre su respuesta, un contador reemplazó el mensaje anterior y la
frase "cierre los ojos mientras es transportado" apareció debajo. Él,
intrigado, lo hizo.
Cuando volvió a ver, por un segundo se olvidó de respirar.
Estaba en el borde de un bosque en plena noche, cerca de una montaña
anteponiéndose a un círculo de blancura manchada por cráteres. Un castillo
enorme, terrible, majestuoso se erguía claro por el puro contraste. Con una sensación
súbita de marea, Emma se dijo que eso que veía titilar de vez en cuando eran
estrellas. En frente de él se extendía un lago brillante y azul, no verde, con
suaves ondas a punto de acariciarle los pies. Dio un paso atrás, casi
espantado.
De pronto oyó un aleteo arriba y al elevar la cabeza vio
descender a un joven pelirrojo, vestido con una simple camiseta y jeans negros.
De su espalda, moviéndose grácilmente a medida que llegaba al suelo, surgían un
par de alas largas y negras, brillantes. "Alas de cuervo", pensó
Emma. El joven, de ojos celestes tan claros como los suyos verdes, sonrió con
la mitad de su boca a modo de saludo. Coronándole, el nombre Lilium.
-¿Sos vos? -preguntó Emma, dubitativo.
No se esperaba verlo usando un avatar. Y menos uno que
parecía apenas un poco mayor que él.
-Puedes preguntarme algo que sólo el verdadero Lilliand
sabría si quieres comprobarlo -propuso, divertido.
A Emma no le hizo falta. Esa forma de hablar lo delataba
donde fuera.
-¿Qué hacés acá?
-Pasar el tiempo, ¿qué más? -Lo vio de arriba abajo,
llevando todavía la exacta misma ropa que la última vez que se vieron. Emma se
percató de que quería comentar algo al respecto, pero en su lugar prefirió
decir-. Esta es la zona que creé hace un tiempo. ¿Qué te parece?
Emma observó la luna imperfecta como nunca la había visto
antes, porque la real vivía siendo consumida por las nubes de contaminación.
Vio las estrellas infinitas y brillantes que ni siquiera salían ya en las
películas de ambientación arcaica porque los cineastas temían crear falsas
expectativas sobre algo que, después de todo, desconocían. Se giró a ver los
árboles, llenos de marcas naturales en su corteza, imperfectos e imponentes en
su pasiva existencia, fuera de los refugios naturales donde afuera se los encontraba.
Dio unos pasos y se agachó para tocar el agua prístina, pura, que no le mojaba
nada pero sí transmitía una vaga sensación de frialdad que era casi
reconfortante.
Identificó, casi echándoselo a la cara, los minúsculos y
millones de píxeles contenidos en una sola gota sobre su palma. La tierra bajo
él, dura pero manejable en un puñado como el metal nunca podría serlo.
Todo falso. Únicamente disponible ahí, en el Estado Beta.
Fuera de su realidad, fuera de su alcance.
El castillo era lo peor de todo. Era viejo y hermoso.
Sublime y completamente extinto. La idea le dejó una sensación extraña,
indeseable, en el pecho.
-No me gusta -dijo, casi ofendido, casi irritado, sin idea
del por qué, dejando caer los terrones aplastados.
Estos regresaron a su lugar automáticamente.
Vaya. Debo confesar que me emocionó un poco leer sobre el estado Beta e imaginar lo bonito que sería tener eso de verdad :D Me ha encantado, y quiero ver ahora como va el asunto entre Emma y Lili ahora que se han encontrado en el estado Beta.
ResponderEliminarUn besote y siga adelante!